Marcela Alemandi

Marcela Alemandi: El protocolo, los buenos modales y la pandemia

11 sep 20

Marcela Alemandi es escritora y docente. Es licenciada en Letras por la UNR y trabaja como profesora de lengua y literatura en nivel secundario y de escritura académica en nivel universitario. Coordina, además, talleres literarios sobre narrativa de no ficción. Ha publicado traducciones, colaboraciones y artículos en distintos medios locales y nacionales. Se suma al ciclo “#Signos2020: nuevos tiempos, ¿nuevas palabras?” con la palabra “protocolo”.

 

Por Marcela Alemandi

  

Cuando era chica, asociaba la palabra protocolo a los buenos modales en la mesa: a saber que los cubiertos se iban usando de afuera hacia adentro, que se ponían rectos en el plato como señal de haber terminado de comer, que la copa grande era para el agua y la chica, para el vino. Había incluso, recuerdo, personas que se especializaban en esto del protocolo, y lo podían enseñar, si una quería adquirir buenas maneras en sociedad. Además, el protocolo era la diplomacia: quién saludaba primero a quién en una reunión de presidentes, cómo había que dirigirse a un rey, qué ropa había que vestir para visitar al papa. Ceremonial y protocolo fueron siempre palabras asociadas a gente elegante que hablaba con voz suave. Nada demasiado cercano a la vida cotidiana de la mayoría de nosotros.

 

Ahora, escuchamos y leemos la palabra protocolo unas cinco veces al día. Diez, si consumimos muchos medios. Nuestro día a día se llenó de protocolos: hay protocolos para entrar al supermercado, para ir a la farmacia, para consumir las frutas que acabamos de comprar. Ministros, médicos y sindicatos se reúnen a discutir, diseñar y aprobar complicados protocolos para un regreso a las escuelas que se anuncia todo el tiempo pero, sospechamos, no se producirá (al menos este año). Funcionarios y propietarios de restaurantes consensúan protocolos para clientes: cuántas mesas, qué distancia, afuera o adentro. Protocolos de todo tipo relucen en letra impresa en bares y cervecerías. Se mencionan desde hace meses futuros protocolos para que los vuelos dentro del país vuelvan a funcionar, o se reactiven los micros de larga distancia.

 

Siempre se habla del poder performativo del lenguaje, de cómo el lenguaje construye la realidad. En tiempos de luchas políticas, culturales y simbólicas, el lenguaje es, sabemos, un campo más de batalla. “Lo que no se nombra no existe”, se repite, con razón, en reclamos varios. Con el asunto del protocolo, parece ser al revés: pareciera que basta simplemente nombrar la palabra para que la inmunidad ante el virus se haga real. “Tenemos protocolo”, leo y escucho una y otra vez. Protocolo, pronunciada con la fuerza de las palabras mágicas. Protocolo, con el poder performático del hechizo: “Te invoco, protocolo, y nombrándote, te doy existencia. Te invoco, y nombrándote, te pongo en acción para protegernos”.

 

¿Será suficiente con solo nombrarlo? ¿Habrá, quizás, también que cumplirlo? Si hay algo que caracteriza a nuestra época es, creo, el poder de los discursos: la realidad, muchas veces, es la realidad del discurso (mediático, generalmente). No pareciera haber ya manera de constatar y contrastar verdades y falacias: lo real es lo narrado, lo dicho, por más que eso dicho no respete hechos ni temporalidades. Lo que no se narra, efectivamente, no existe. Y lo que se nombra cobra una existencia rotunda y arrolladora. Como por arte de magia.

 

 

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